Recorre las instituciones públicas dedicadas a la preservación de los archivos fílmicos del país, entrevista a varios entendidos en la materia, hasta que desemboca en a la Bahía de Guayaquil, un mercado callejero donde se venden películas de todo el mundo, a un dólar.
Allí descubre una cantidad de películas ecuatorianas realizadas por autodidactas, producciones de muy bajo presupuesto de las cuales no tenía la más mínima referencia. Decide entonces adentrarse en los procesos de filmación de algunos de estos realizadores y sus ideas sobre el cine, quedan totalmente trastocadas.