Cuando regresa, ya en democracia, descubre que algunos de quienes lo torturaron no sólo seguían siendo policías sino que eran funcionarios de alta jerarquía.
Acompañado por organismos de Derechos Humanos, exige al gobierno que los despida. A raíz de eso recibe amenazas de muerte. El gobierno no actúa con la severidad esperada contra los ex-represores, las amenazas se incrementan y, ante el peligro que corre nuevamente su vida, el gobierno danés le vuelve a dar asilo político, convirtiéndose de esa manera, en el único exiliado político de la democracia argentina.
Diez años después el gobierno de turno le otorga una pensión vitalicia. Pero las razones para otorgarle esa distinción modifican la historia tal como la vivió el personaje: la memoria oficial lo convierte en un héroe que se negó a obedecer las órdenes de participar en la tortura a los detenidos-desaparecidos y que por eso fue secuestrado.